Cada vez que aceptamos las cookiespara poder acceder a una página web, compartimos un vídeo en las redes sociales, damos like a una noticia, vemos un vídeo en YouTube, echamos un ojo a algún producto en Amazon o echamos mano de Google Maps estamos regando el mundo digital de huellas por las que miles de empresas de todo el planeta están dispuestas a pagar... y a pagar pero bien.

Ése es precisamente el trabajo de la tecnología Big Data, cuya labor no es otra que la de almacenar toda esta esta información, analizarla y gestionarla con el fin de obtener un rédito económico. En definitiva, el Big Data no es más que todo lo que las empresas saben de nosotros, aunque no nos hayamos dirigido a la mayoría de ellas en nuestras vidas.

Toda esta información -que también se obtiene en actividades tan cotidianas como acceder a una app, encender el GPS del coche, hacer una reserva de avión o pagar con tarjeta de crédito y que no tenemos ni idea de cómo borrar- configura un perfil detalladísimo de nuestra personalidad que es utilizado para elaborar todo tipo de ofertas especialmente pensadas para nosotros con el fin de que resulten tan de nuestro interés que acaben por revelarse como irrechazables.

Según los datos que maneja la multinacional tecnológica IBM, los internautas de todo el mundo dejan cada día la friolera de 2.500 millones de GB de información sensible sobre sus vidas que son recogidos por miles de empresas de todo el mundo con fines lucrativos. De esa cantidad se escruta hasta el último mega para desechar la paja y quedarse con el grano. De camino, claro está, se enteran de lo que quieren... y también de lo que no.

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